Mostrando entradas con la etiqueta libertad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta libertad. Mostrar todas las entradas

martes, 16 de noviembre de 2010

La locura todo lo cura

Siguiendo por el camino del post anterior...

Hace unos días a raíz de este otro post Sonsoles de Respetar para Educar me contó: "Hace unos meses, en mi "propia esquizofrenia maternal" describí ese estado de consciencia que tú has definido como tener dos corazones, cuatro pulmones, dos cerebros, etc. y ciertamente, es así como me he sentido desde que soy madre, como una persona desdoblada en dos y una observadora externa además... Y sin embargo, creo que nunca he estado tan cuerda..."

Pues si! estamos locas! locas de amor y de amar. Un subidón de maternidad, mimos, teta, besos, contacto. Y sin embargo debo confesar, que al igual que Sonsoles, nunca antes me había sentido tan lúcida y tan valiente. Nunca antes había visto ciertas cosas de nuestra manera de interactuar con tanta claridad, de hecho creo que nunca antes había puesto tanta luz en mis sombras... lo que no quiere decir que lo tenga resuelto, solo que por lo menos me doy cuenta.

Recuerdo que durante el trabajo de parto cuando empezaban las contracciones mi primer pensamiento era: no voy a poder, esto me va a superar.  Sin embargo, pelearme con ese dolor, negarlo, era negar a mi cría, así que no me quedaba otra que amigarme con cada contracción, tal y como nuestra partera lo sugería una y otra vez. Era algo así como entrar en sintonía, subirme a la ola, respirar con esa contracción y oh milagro! debajo de ese sensación molesta se abría una profunda sensación de fuerza, de VIDA que me llenaba toda y nunca antesme sentí tan viva, ni fui tan fuerte!

Bueno, pues desde ese día así ha sido un poco todo esto. La maternidad no es fácil, pero no lo es en si misma. Lo es porque hemos aprendido que en este mundo se trata de tener y hacer, de conseguir y salvarse; porque hemos creído que de adultos vendrá la revancha, tendremos el poder y por fin estará alguien supeditado a nuestras normas, preso de nuestros deseos y ambiciones. No es fácil la maternidad porque a fuerza de cargar y repetir generaciones de abandonos, maltratos y vacíos estamos desconectados de la vida, de su fragilidad y latido, de su pasión arrolladora y su intensa fortaleza.

Generalmente llegamos a la maternidad/ paternidad como niños hambrientos y carentes. Devenimos padres como niños adoloridos que juegan con la vida hasta transformarla en su imagen y semejanza, en un espejo donde mirarse.

Lo cierto es que no nos hacemos padres por derechos éticos, nos hacemos padres a través de un hecho físico al alcance de casi todo el mundo. Y cada día renovamos la apuesta y la elección, podemos "tener" un hijo o criar un hijo. Podemos vendarnos los ojos y la vida y de esa manera condenar esa nueva existencia o podemos estremecernos ante su fuerza, reverenciar su existencia y hacernos padres a fuerza de consciencia.

Estamos locos, claro que lo estamos porque nos atrevemos a cuestionar nuestros cimientos y buscar más allá del baúl de nuestros recuerdos y recursos. Porque creemos que es posible construir paz desde la paz, amor desde el amor, vida desde el respeto. Porque sentimos que esta vida nueva tiene prioridad y nos necesita, no nos roba; nos suma, no nos absorbe; nos llena, no nos exprime. Y porque  también cada vez que los amamos sin condiciones, interactuamos con ellos y no intervenimos, les damos nuestro contacto y presencia, les damos contención y no normas jerárquicas y absurdas, atendemos sus necesiades y no los etiquetamos de egoistas, malcriados o caprichosos, cada vez que hacemos esto y tantas otras practicas basadas en el respeto, el reconocimiento y la responsabilidad le estamos diciendo a esta sociedad patriarcal: ya no soy tu cómplice.

Tenemos malos días, malos momentos que se traducen desafortunadamente en maltrato (en diferentes niveles) sobre nuestros hijos, perdemos la paciencia, entramos en crisis con el niño adolorido y abandonado que somos y nos vamos de narices a lo fácil. Pero por los menos nos atrevemos a soñar, creer y practicar una forma distinta de criar e interactuar con los niños, nos atrevemos con toda la fuerza de nuestra consciencia y la precariedad de nuestra capacidad de amor y cuidado a  cortar la cadena de abusos, maltratos, indiferencias y abandonos y con ello cambiamos la historia, la nuestra, la de nuestros hijos y si mi idealismo me lo permite la de la humanidad. No solo tenemos malos momentos, sino que seguramente los seguiremos teniendo, pero aquí no hablamos de perfección hablamos de crecer y llegado el caso de poder trasformar los impulsos violentos en actos creativos.

La maternidad me ha puesto de cara contra mis vacíos y miedos, mis mezquindades y egoísmos, que son muchos y algunos incluso son "lobos disfrazados de ovejas", pero no me deja escapatoria, no me permite excusas. Los ojos de mi hija no me dejan mentirme. Puede que no sepa que hacer con lo que veo, puede que no encuentre respuesta en lo práctico al abuso que me plantean, pero con toda claridad lo veo.
Así que si, por lo menos en lo que a mi respecta (y por lo que voy leyendo somos muchos), esta loca maternidad, esta locura todo lo cura.

Tal vez te interese
Nosotros los importantes

martes, 9 de noviembre de 2010

Cuando los hijos son motor

A mi mamá quien siempre me ha dicho "tú me abriste el camino"

Habitualmente  escucho " ¡no puedo por mis hijos!" (desde que xxxx nació ya no puedo, no alcanzo, no llego…) o lo que es peor “mi hijo no me deja”. Hemos normalizado el hecho de ver y hablar de  nuestros hijos y nuestra maternidad como un impedimento, una limitación, un problema. A mí sin ir más lejos a veces me miran como a una pobre y sacrificada mujer (cuando no tonta y retrógrada) y me preguntan con cierto dejo de lástima y preocupación ¿qué estás haciendo con tu vida? Parece como si mi vida estuviera estancada, anulada, terminada, solo por el hecho de no estar inserta en el mundo laboral y productivo de manera formal, la conclusión final a la que suelen llegar mis interlocutores en estos casos, es que no estoy haciendo nada, no soy útil a la sociedad.... porque lo único que hago es criar a un ser humano! mi humilde contribución.

Hemos creado una sociedad donde el eje somos los adultos, donde lo importante es producir y consumir, donde vales en la medida que tienes y donde la niñez es un mal necesario, en el mejor de los casos una etapa para condicionarlos y educarlos a ser, hacer y tener lo que esperamos de ellos. Pocas son las miradas que hablan sobre lo que ellos necesitan o esperan de nosotros,  que digo yo sería lo lógico

A veces parece que estamos esperando que nuestros hijos crezcan, que dejen de ser niños rápidamente y se conviertan en adultos productivos e independientes para volver a la normalidad de nuestras vidas, para volver a tener el control. La crianza, los primeros años de nuestros hijos son como esa etapa oscura y fastidiosa de la que hay que salir lo antes posible (mejor tenlos seguiditos así pasas por eso rápido, una vez vayan al colegio respirarás más tranquila) desde esa creencia no tiene que extrañarnos que estemos delegando la crianza de nuestros hijos y a veces también los vínculos de amor y apego en terceros, ya sea el jardín, la escuela, la niñera, etc.

Ojo! No pienso, ni creo, ni quiero que nuestras vidas se detengan cuando llegan los hijos y nos pasemos las horas muertas contemplándolos. Pero tampoco que generemos “contenedores” de niños para que no estorben, o que incluirlos en nuestras vidas sea sinónimo de imposibilidad y limitación. Pienso que la mejor forma de construir sociedad es en comunidad y esa comunidad nos incluye a todos, al planeta también.

Mientras sigamos excluyendo, seguiremos generando sociedades y relaciones basadas en el poder, la discriminación, la competencia y la existencia de jerarquías, porque siempre existirán  “los importantes” y los que deben replegarse, los que lo saben todo y los que tienen que aprender según les dicen, los que dictan y los que acatan. Decirle a un niño, con palabras y sobre todo con nuestros actos que sus necesidades no serán atendidas ni tenidas en cuenta si se contraponen a las nuestras o que sus deseos son válidos en la medida que respondan a los nuestros es enseñarles que el mundo y las relaciones se tratan de ganar o perder y de “sálvese quien pueda” y ese desafortunadamente es el mensaje imperante que les estamos dando no solo como padres sino como sociedad.

Hemos invisibilizado a los niños, hemos cerrado ojos y oídos a sus pedidos, a lo evidente de sus necesidades, porque para sostener esta sociedad que hemos creado es indispensable generar seres carentes de voz y voto (además de amor, mirada y contención) que cuando crezcan encuentren en la acumulación, la competitividad y el consumo una respuesta a la falta de vínculo primario. Lo que sería realmente revolucionario es una sociedad que apoye e incluya al niño como ser completo y no como sujeto por hacer; que lo mire con respeto, amor y lo nutra en los años decisivos de su existencia.

Sin embargo, los niños abren caminos, no en vano vienen al mundo a través de un canal que antes estuvo cerrado, no por nada entran a la vida abriéndose paso con decisión y fuerza y requieren de nosotras apertura y de nosotros (padres y madres) entrega y sostén. Si nos conectamos con ellos, con esa vida que late y de la que ahora somos responsables el mundo nunca volverá a ser el mismo! Y no queda otra que cuestionar las cosas, sanar heridas, encontrar una nueva visión y alternativas distintas para no repetir historias, para no hacer de ellos aquello que hicieron de nosotros. Al caminar a su lado, acompañándolos en su mundo, vemos las cosas con nuevos ojos, ojos de niños que todo lo preguntan, todo lo cuestionan y de todo se asombran.

Y tal vez tanta maternidad me esté volviendo un poco esquizofrénica, pero empiezo a creer, porque ya lo siento, que junto a ellos se abre la posibilidad de plantearnos  las cosas desde una triple mirada, aquellos que fuimos, aquellos que somos y aquellos que ven y escuchan a sus hijos y por ende  reciben una nueva lectura de la realidad. Eso a mi juicio da lucidez y amplía el nivel de conciencia.

Me atrevo a soñar y a vivir la maternidad como un estado creativo y de inspiración, un motor que me impulsa a revisarme y revisar el mundo que me rodea. Es impresionante la cantidad de cosas que antes pasaba, validaba, normalizaba y que ahora son inaceptables, tanto en mis prácticas como en lo que el mundo trae. Tantas cosas que di por sentadas y de las que ahora me niego a ser cómplice. La maternidad a mi, me ha sacado de la zona de confort, de ese lugar de “piensen por mi”, “no vale la pena luchar”, “si siempre se ha hecho así…”

Y esta no es solo mi experiencia y la de Guido, cada vez nos llegan más noticias e historias de mujeres y hombres que han asumido el reto de criar y no solo de tener de un hijo, aquellos que han encontrado preguntas a las respuestas que la sociedad les ha dado, es más que se han atrevido a cuestionarse sus propias certezas. Rebeldes cotidianos que han ido encontrado en la relación con sus hijos un modelo de interacción y no de intervención y que han optado por hacer de la bandera más revolucionaria, el amor y el respeto, una forma de vida y aprendizaje.

Ahora yo me pregunto, ¿qué pasaría si asumimos así no solo individualmente a nuestros hijos, sino como sociedad a todos nuestros niños, si entendemos que este mundo más que el legado de nuestros padres es el derecho y patrimonio de nuestros hijos, que más que conservar la tradición se trata caminar de la mano con el futuro?


Tal vez te interese

sábado, 6 de noviembre de 2010

Marcar la diferencia





Ayer leí este maravilloso artículo, Cumpliendo Sueños de Sonsoles de Respetar para Educar  (una página imprescindible)  y llevo con el dando vueltas, acompañándome desde ese momento, como una vocecita que me susurra, me hace recordar y reflexionar...

Yo fui una niña “anormal”, nacida en una familia muy poco convencional, en un entorno  más que diferente, en un país de realismo mágico. Mi padre fue un hombre coherente, mi madre aún lo es, muy coherentes,  creo que solo en una cosa hicieron oídos sordos a su coherencia y con ello me pusieron en el lugar de no encajar; la elección del colegio, un colegio normal con todos los artilugios de la educación tradicional! Estoy segura, ahora que miro hacia atrás que esa decisión la tomaron cada uno desde su niño interno, desde aquel que cada uno fue, dolido de ser el diferente, sobrepasados por nadar siempre a contra corriente, con las burlas y críticas que recibieron rondándole en los oídos. Fue una decisión desde esos niños que fueron y no desde los adultos que eran, que sobrevivieron eso y se hicieron grandes en su diferencia.

Lo cierto es que yo quede atrapada entre la “anormalidad” (léase libertad y respeto) de mi familia y la “normalidad” (léase represión y uniformidad) de mi desafortunado segundo hogar. Con otro sistema escolar y otra realidad social eso podría haber sido más llevadero, pero tal y como están pensados eso ámbitos en el país en que nací y crecí el segundo hogar tiene la fuerza (a fuerza de horas de presencia y realidad impuesta) de erigirse en un todo poderoso condicionante, un referente vital en la construcción del yo y el mundo circundante. No nos digamos mentira, cuando vas al colegio 8 horas por día, esa realidad artificial y alterna se transforma en la más potente e indiscutible verdad.

Con lo cual crecí con la sensación de no encajar, de no pertenecer, de ser mala o tener algo erróneo y equivocado en mí. Con todo el dolor, por la niña que fui, por mis padres y los niños que fueron,  puedo decir que ellos desde su miedo repitieron conmigo la historia. Afortunadamente nunca dejé de tener padres “anormales” y de ser una niña “anormal” y hoy puedo cuestionar la "normalidad" de esta sociedad, que para mi no es más que otra forma de promover la esclavitud a un sistema que carece de amor, alegría, sueños cumplidos, autonomía y creatividad.

No creo que exista eso de ser "normal", es una mentira que se han inventado y nos hemos creído para poder  mantenernos como civilización en los límites de lo deseable y esperable, es una invención más de la necesidad de masificar deseos, sueños, expectativas y necesidades, así seguimos controlables y controlados y se mantiene el status quo, ese que genera ansia de poder, control y acumulación.

Frente a la crianza y la educación, que es lo que aquí nos compete, nos venden la “normalidad” como algo conveniente a nuestros intereses de adultos: con niños “normales” siempre puedes continuar con tus importantes actividades adultas, con tu correr detrás del sueño imposible que conseguirás después de la última compra, adquisición, premio o reconocimiento, que por supuesto te dejará con hambre de la siguiente compra, adquisición, premio o reconocimiento. En realidad de lo que tenemos es hambre de ser reconocidos y amados por quienes realmente somos, hambre de ser únicos y diferentes, así como lo fuimos antes de someternos.

Supongo que sobra decirlo, pero no conozco a nadie "normal", conozco gente ( y me conozco) que a fuerza de desamor, manipulación, presión, premios y castigos encaja más o menos en el molde pre-establecido. En realidad conozco distintos niveles de prisión.

No hay nada más antinatural que lo que se espera "normal" cuando eres niño (no toques, no te muevas, no hables, ahora no, espera, compórtate, siéntate bien) con ese molde no hay niño normal posible, hay niños y por ende adultos coartados y mutilados. ¿Por qué cómo niños nos adaptamos y normalizamos? Porque sentimos peligrar nuestra supervivencia  (creo que los seres humanos nos nutrimos de amor, calor, contención, respeto y entre más chicos mas imperiosa esa necesidad) con lo cual aceptamos el molde a cambio de amor (amor manipulado, pero amor) y porque, además esta sociedad está tan loca que a los niños les importa más la felicidad de los adultos y están dispuestos a entregar más a cambio de ella que lo que nosotros somos capaces de dar por ellos. ¿Irónico no?, Nosotros les damos la vida y luego se las exigimos, exigiéndoles la “normalidad” al servicio de nuestra felicidad. Robamos su vida al decirles qué, cómo y cuándo ser, al poner sobre ellos etiquetas y reglas “anormales” para hacerlos “normales” (funcionales y desconectados).

Lo que he ido entendiendo con el tiempo es que ser "anormal" no es difícil per se, el problema es crecer en entornos que premian la uniformidad y aíslan lo diferente, por eso una de mis grandes responsabilidades con Kyara es generar para ella un entorno respetuoso y enamorado de su “anormalidad”, tendiente a escuchar sus necesidades y deseos, a mirarla como única e irrepetible, dispuesto a decirle ¡tú puedes!, ¡yo creo en ti! y a exigirle que no acate, que no se acomode, que no sea lo que esperamos de ella. Y eso empieza por despertar y fortalecer mi propia “anormalidad” por re-encontrarme con aquella niña “anormal” tomarla de la mano y mirándola a los ojos decirle: sobrevivirás, te harás fuerte y serás feliz.

Criar en la diferencia, desde la mía y propiciando la suya, es también criar para aceptar la diferencia del otro, es apostarle a la rebeldía de ser distintos, de construir una sociedad donde quepamos todos y donde el punto de unión sea el respeto por la vida, la alegría de vivir y el amor por el hecho de existir.

Tal vez te interese
Nosotros los importantes

jueves, 21 de octubre de 2010

Criar para la desobediencia



¡A mis padres, eternos desobedientes!

En nombre del amor (es por tu bien), el sentido común (si todos lo hacen, si siempre se ha hecho así...) y la obediencia  (porque yo lo digo!) se comenten los peores crímenes.

Soy de la llamadas madre blandas, de esas que estamos criando un pequeño monstruo sin límites, egoísta, malcriado y anárquico! Uno que además se siente amado y contenido...pero esa es otra historia... en definitiva lo que yo estoy criando es una bomba atómica! ¿Todo por qué? Porque de corazón creo ( aunque no siempre logro practicarlo) que límites no es igual a órdenes (y por cierto para límites ya tiene bastantes con los naturales), que expresar las emociones es sano y la hipocresía enferma y sobre todo que: Estate quieta, no toques, responde cuando se te habla, calla cuando yo lo digo, no te ensucies, pórtate bien y la consabida ¡Por qué yo lo digo! son normas diseñadas para que yo como adulta no pierda mi zona de confort y ella como niña esté bajo control. Parece que dictar normas es el premio, el privilegio que hemos ganado por haber sobrevivido al autoritarismo de nuestra infancia.

Las estructuras sociales que hemos creado responden en la mayoría de casos a un orden militar; a una visión de oprimidos y opresores, de vencedores y vencidos y cada ser humano como un campo de batalla. Lo social lo manejamos desde la prohibición, el miedo, la amenaza, el control y la sumisión. Por supuesto la familia y la escuela como entes fundadores del orden social no se quedan atrás (más bien son pioneros).

Desde pequeños les decimos y les enseñamos que otros saben lo que es mejor para ellos, que aunque eso vaya en contra de sus necesidades y deseos otros pensamos por ellos mejor que ellos mismos y que el único lugar posible de habitar es la obediencia. ¿Cuántas veces al día escucho en otro, pienso y digo, reglas, normas que no están hechas para que tú (crezcas, estés contenido y protegido...) sino para que yo (no me haga cargo, no me esfuerce, no me cuestione...)?

Lo más peligroso es que nuestro niños con su infinito amor y su credibilidad en nosotros van amoldándose, perdiendo la voz de sus instinto; aprenden  a mirarse en nuestros deseos y expectativas,  en nuestros miedos y fracasos; se hacen buenos y malos chicos solo para darnos la razón, para que podamos seguir manteniendo la idea que lo que nosotros pensamos y sentimos por ellos es mucho mejor que los que ellos hacen por si mismos. Luego incluso tenemos la desfachatez de justificarnos con frases como: a mi me duele más que a ti!

Somos nosotros, como padres y maestros quienes les enseñamos el mundo en brazos de: no te pongas difícil, no me contestes, no se te ocurra desobedecerme. Somos nosotros quienes en primera instancia les enseñamos que lo más importante es que los adultos estemos contentos, cómodos, respetados en nuestros tiempos y necesidades y que ellos no son importantes ni amados sino en la medida que cumplen las normas establecidas y se manejen dentro de los límites del mundo que para ellos hemos creado. Les ponemos cosas tan absurdas como una campana para que les enseñe cuando deben salir al recreo y tener ganas de ir al baño y hambre y ganas de jugar y compartir con sus compañeros…Les enseñamos de un millón de formas distintas que para sobrevivir, ser amados y aceptados hay que ser obedientes (de adultos ya vendrá el desquite).

Es evidente que la obediencia es un lugar de comodidad y permanencia para quien la ejerce y un lugar de abandono, maltrato y mutilación para quien la vive. Pretende perpetuar un estilo de vida, una construcción del mundo que presupone y fomenta la existencia de jerarquías, de divisiones entre buenos y malos, mejores y peores. Es la obediencia la que sostiene es status quo, establece verticalidad, exclusión, competencia, polarización... todos estos sinónimos de violencia

¿Obediente ante quién? , ¿obediente para qué? me pregunto yo como responsable de este ser humano a quien hemos llamado Kyara,  porque no soy inocente y le debo a mi hija algo más que mirar para el costado. Cuando le enseño a obedecer, incluso en las pequeñas cosas , esas que supuestamente no tiene importancia le robo su felicidad, su libertad y autonomía y además, por encima de lo que crean muchos no es ante mí a quien responderá, ni a mi a quien conviene su obediencia sino a una sociedad que sigue discriminando, abandonando, maltratando, esclavizando, abusando.

Por eso, hago eco de la frase bandera de un importante movimiento colombiano "no parimos, ni criamos hijos e hijas para la guerra" y hoy  me lanzo a decir: yo no gesté, ni parí, ni voy a amamantar y criar para la obediencia. Así de paso me aseguro que no la educo para la guerra.


Post relacionados: