A Diego
Desde que vi el nuevo tema para el
carnaval de blogs de
Tarkus Kids, y tal vez desde antes, esta pregunta me acompaña, me ronda, la encuentro en los lugares más insospechados.
Somos hijos de un momento familiar, de una historia social, política, económica y religiosa; de un contexto, un país. Hijos de los sueños que nuestros padres dibujaban durante nuestra niñez y de los miedos que los asaltaron. Hijos de los abrazos, mimos, te amos, que recibimos y desafortunadamente también de los basta ya, no molestes, no me hagas enfadar, estate quieto; cuando no de los gritos, golpes, abusos y maltratos.
Hemos aprendido a ser a veces en medio de la mayor adversidad (el desamor y la indiferencia), porque así aprendieron nuestros padres, nuestros abuelos y quien sabe cuantas generaciones hacia atrás. Muchos hemos aprendido la generosidad, el contacto, la entrega, el cuidado a través de cartillas, discursos, imágenes para colorear. Por suerte para todos existe por lo menos una, una pequeña experiencia de amor y cuidado a la que podemos aferrarnos con pasión infinita.
Hemos crecido en la cultura del no sentir, no preguntar, no necesitar amor y contacto. Y así con todo lo mejor y lo no tan bueno que hemos recibido vamos construyendo un personaje, una defensa que no tiene otra función que sobrevivir y adaptarse a esta sociedad, donde además converge lo nuestro, pero también lo de nuestros padres, abuelos y seguimos contando…
Hasta aquí todo se mueve dentro de los parámetros acordados y conocidos, dentro de las reglas que hemos ido construyendo como sociedad y que hemos aceptado sin más, tal vez porque una de las frases que más escuchamos y decimos a los niños es; así es la vida, que le vamos a hacer!.Lo que es igual a decirle: no pienses que total otros ya lo hicieron por ti y mira que bien les ha salido y tampoco te pongas a cambiarlo que para esfuerzos los justos; pero eso es tema aparte…
Años de esfuerzo nos ha llevado “controlar” nuestra vida y acallar nuestra voz interna hasta que de golpe, porque planeado o no, deseado o no, la maternidad y la paternidad se concretan de un momento para otro, la corporeidad de ese hecho aparece en un instante llenándolo todo con sus pasmosa presencia. Así que de golpe nos encontramos cara a cara con una vida que depende de nosotros, que reclama y merece lo mejor de nosotros. Y el personaje que hasta entonces hemos creado para sobrevivir empieza a desmoronarse, entra en crisis, porque esta pequeña y potente existencia no entiende (gracias a la vida!) de normas, acatamientos, obediencias debidas y poder por "edad, dignidad y gobierno". Esta pequeña y potente existencia solo entiende de amor o abandono y lo entiende en lo concreto, no en el terreno del discurso que todo lo aguanta, el de lo abstracto que construye imperios en arenas movedizas.
Así que aquí estamos con todas las defensas armadas, todos los guiones ensayados y todas las acciones aprendidas frente al mayor "adversario" (gracias hija por llegar a mi vida) que jamás podrá encontrar nuestro modelo de desamor y abandono, nuestras creencias de ganar y perder. Este increíble adversario capaz de romper todos nuestros esquemas y creencias, con hambre de amor y contacto sin excusas.
Y podemos elegir, siempre podemos elegir, aún en las peores circunstancias ese es nuestro derecho, podemos decidir reforzar nuestra armadura, redoblar nuestras defensas, anquilosar aún más nuestros paradigmas y perpetuar así este linaje desamorado y desamparado o podemos rendirnos ante al amor y sus demandas y deshacer el camino de regreso a casa, allí donde nos gestamos y construimos como seres. Porque tal vez la única forma de no convertirnos en los monstruos que aterroricen las noches de nuestros hijos es hacerle frente a nuestras propias pesadillas y amarguras. Es saber que ya no somos ese niño que fuimos adolorido y amedrentado, que ahora contamos con recursos y fortalezas, ahora sabemos además el secreto más grande: a pesar de todo sobrevivimos, a pesar de todo aprendimos a reír, a amar. Ahora ya no somos como aquel que fuimos, aunque sigamos pensando y actuando igual, ahora podemos transformarnos también para nosotros mismos en el adulto amoroso y valiente que cuida de ese niño interno.
No es fácil andar entre tinieblas, nunca lo es. Y siempre seguiremos dando la batalla, tratando de prevalecer frente a ese otro, que cosa curiosa es también lo más amado, pero creemos nos roba la vida.
Son años y siglos de construcciones basadas en el miedo, el abandono, la dualidad. Años de férreo entrenamiento que nos acompañan diariamente aún cuando nos prometemos mirándonos y mirándolos (a nuestros hijos) a los ojos que vamos a hacerlo distinto, que vamos a seguir desaprendiendo y resignificando.
Cada uno encuentra su propio camino para desenmarañar el nudo que nos atenaza, y menos mal es así porque a este mundo lo trae de cabeza las recetas homogenizantes y “milagrosas”. Lo importante creo yo, es emprender esa aventura sin importar la edad de nuestros hijos, ellos siempre serán los pequeños y nuestro camino siempre repercutirá en ellos.
Sin más vueltas, me atrevo a afirmar, que el impedimento más grande que tenemos para criar a nuestros hijos de la forma que soñamos y queremos, somos nosotros mismos. Nuestro personaje es lo que más separa a los padres que somos de aquello que queremos ser. Más que la familia o el entorno social y político el verdadero ambiente adverso es el que habita en nosotros, ese es el caldo de cultivo para repetir historias. Y no se trata de seguir añadiendo “deberes ser”, ni imposiciones dogmáticas e inflexibles, se trata de reencontrarnos con nuestra profunda humanidad esa que se conmueve y apasiona con la vida y sobre todo con ese raudal de amor que nos ha hecho sobrevivir como especie.
Una paternidad/ maternidad consciente, creo yo, pasa por el hecho de hacernos conscientes (valga la redundancia) y responsables del niño adolorido que llevamos dentro, de encontrar preguntas a las respuestas que nos dieron y de hacernos cargo de aquello que hicieron de nosotros, para sanarlo y engrandecerlo, porque además a estas alturas no somos víctimas, somos responsables.
La buena noticia: “todo tiempo es tiempo para cambiar lo tiempos” (Nelson Osorio Marín, mi papá)
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